Llevo tres horas dentro de un vagón
del metro. Hay momentos en que me cuesta mantener el equilibrio. Creo
que es la sexta vez que paso por la estación de Rocafort. Aquí
bajó Carlos, pero se olvidó de mí.
Me llaman Taittin, pertenezco a una
antigua y aristocrática familia francesa. Nací y crecí en Reims, allí he pasado toda mi existencia.
Llegué a Barcelona hace dos meses y
desde entonces mi vida ha trascurrido detrás de un cristal. Hoy por
fin he salido. Carlos pasó a buscarme a media tarde;
le costó un buen rato encontrarme. Hemos subido al metro en Diagonal y en Catalunya hicimos transbordo a línea 1, la roja.
Íbamos a casa de Susana a celebrar un importante ascenso. Carlos estaba nervioso y emocionado porque esto les va a permitir empezar una nueva vida y es algo
para celebrar por todo lo alto.
La estación de Plaça Catalunya
estaba repleta de gente, hora punta. El metro tarda en llegar más de
lo normal; por fin llega y entramos a trompicones. Al fondo hay un
espacio vacío y Carlos me acomoda en el rincón, para protegerme.
Llegamos a Rocafort. Carlos hace
esfuerzos por salir… y me olvida.
Desde entonces doy vueltas sin parar
por la red. De Hospital de Bellvitge a Fondo y de Fondo a Hospital de
Bellvitge. Cada vez que paso por Rocafort tengo la esperanza de verle
esperándome. Nadie se fija en mí y Carlos no viene a buscarme.
Poco a poco el metro se vacía. Van pasando las horas, hay pocos pasajeros.
Se ha parado. El silencio y la
oscuridad invaden el vagón.
Estoy un poco mareada con tanto
trajín. Escucho a lo lejos voces alegres que poco a poco se acercan. Se abren
las puertas y entra una chica joven, muy risueña y cantarina, que
empieza a limpiar vagón. Cuando llega a mi lado se fija en la bolsa donde estoy metida. Se alegra mucho de verme, por haberme encontrado. Hoy daré a su
mesa un toque de charme francés. Seguro que celebramos algo juntas.
Soy Taittinger, la selecta botella
de un excelente champagne francés que hoy se paseó por las tripas
de Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario