Hace unos años escribí este pequeño relato. Las historias suelen tener un punto autobiográfico
y éste lo tenía. Encontré, tiempo después, el camino para recuperar mis proyectos y con ellos,
mis sueños.
Desde
hace unos meses, cuando sale del trabajo, Joan va ilusionado a la
parada del autobús.
Mientras
espera, su imaginación empieza a volar muy alto, muy lejos. El gesto
agrio se va
diluyendo
y se le escapa una leve sonrisa. Hay un brillo especial en su mirada.
Hacía
ya muchos años que su vida era anodina. La rutina, la desesperanza y
el hastío poblaban
sus
días. Un lunes cualquiera, mientras cansado y asqueado del devenir
diario, del trabajo
embrutecedor
que nada le aportaba, esperaba el autobús que le devolvía a casa
-esa casa tan
fría,
tan vacía, a la que volver le costaba cada vez más - vio aparecer,
de repente, el autobús de
una
línea que conocía muy bien: era el de sus años de infancia y
juventud, el que iba al barrio
en
que nació.
Por
un momento se estremeció y tras dudar, decidió subir. Era un
trayecto que no recorría
hacía
mucho tiempo pero no por eso lo había olvidado. Fue reconociendo
cada parada, cada
cruce,
cada giro. La empinada calle que lo devolvía a los años más
felices. Emocionado, bajó en
su
parada frente a la casa en la que había crecido… y entonces,
comenzó a gestarse el milagro.
En
esa época esperaba grandes cosas de la vida. Tenía proyectos
hermosos y la ilusión intacta,
pero
el futuro le tenía deparado un destino muy distinto al que
imaginaba: triste, desilusionante,
vulgar.
Empezó
a recorrer la calle y los recuerdos se agolparon en su mente: los
años universitarios
plagados de ilusiones, los proyectos de escribir y publicar grandes obras. Poco
a poco, mientras
caminaba lentamente respirando muy profundo aromas que lo
transportaban, fue recobrando
aquellos sueños perdidos. Al final
de la calle, se estremeció
de nuevo. Allí estaba el viejo café
donde empezó a escribir las
primeras páginas.
Entró,
conmocionado, y vio que estaba intacto. Conservaban la mesa donde escribía, la silla
en
la que pasaba largas
horas esbozando historias que nunca acabó. Recuperó los sonidos,
las voces,
los silencios.
Permaneció hasta que cerraron, meditando sobre la vida, sobre su
vida.
Se
asustó por el tiempo transcurrido… pero más por el poco que
restaba. Negándose al vacío,
se
rebeló contra la mediocre vida hasta ese día desperdiciada y
decidió emprender de nuevo
sus
proyectos. Recuperar las ilusiones. Volver a escribir. Sonrió al
pensar que un autobús le
había
llevado directo a los sueños.
Ahora,
cada día, al terminar la jornada, vuelve a esperar ese autobús. Mientras
aguarda,
la inspiración se pone en marcha. Algo mágico
le invade: encuentra
a su musa esperándole y,
juntos, de la mano, se instalan el resto de
la tarde en el viejo
café. Surgen de su pluma historias
maravillosas, metáforas
brillantes, descripciones apasionadas.
Está
terminando su primer libro y lo presentará a un concurso literario.
Sabe, siente que va a
ganar.
Pocos autores han puesto tanta magia, tanta ilusión y tanta vida
perdida en una historia.
Se
sabe afortunado por haber recuperado sus sueños. Su
vida vuelve a tener sentido.
Aviso
a navegantes: Ese autobús existe, solamente hace falta saber dónde
se quedaron perdidos
tus sueños. Búscalo
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